Los Pueblos Indígenas del mundo: una clave para la crisis climática
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Die indigenen Völker der Erde als möglicher Schlüssel für die Lösung der Klimakrise
Por años, los pueblos indígenas han demostrado ser expertos en adaptación y resiliencia. Estos representan 470 millones de personas en el mundo, viven en siete regiones socioculturales y aunque constituyen solo el 6% de la población, son guardianes del 80% de la biodiversidad del planeta. A pesar de procesos de discriminación y marginalización que se han extendido por siglos, la clave de su sobrevivencia está en su entendimiento complejo del mundo, en su modo de poner al centro la naturaleza, y en el conocimiento que poseen de sus territorios, ciclos y temporalidades. En el caso del pueblo maya de la Península de Yucatán, este nos han demostrado ser capaz de sobrevivir por más de 3 000 años, a pesar de vivir en una zona con eventos climáticos extremos que lo hacen vulnerable. Prácticas como el Xook K´iin –un método de predicción de eventos climáticos a lo largo del año– en combinación con la observación de bioindicadores como las épocas de floración o el comportamiento de animales como las hormigas, han permitido al pueblo maya adaptar sus calendarios agrícolas y seleccionar las mejores semillas nativas de maíz para cada solar dependiendo de la predicción del tiempo, garantizando con ello la soberanía alimentaria de sus familias. Aunque muchas de estas prácticas se han ido perdiendo con el tiempo, también hay generaciones que las reclaman y restauran, como veremos en este texto. Exploraremos además las lecciones que el mundo indígena puede enseñarnos de la crisis climática, los conflictos y el periodo post COVID-19.
Hace 50 años, recuerdo que varios eventos como lluvias y pestes que atacaron, afectaron mi pueblo, pero en ese tiempo mi madre y mi abuela tenían suficientes campos sembrados, semillas conservadas y sabían qué hacer para remediar la situación que permitió que sobreviviéramos como si nada hubiera pasado. Sin embargo, en el 2010, fuimos afectados por un severo huracán y aunque teníamos dinero, los caminos estaban bloqueados, las tiendas desabastecidas y nuestros pocos sembrados quedaron dañados que no tuvimos más remedio que subir a los pueblos más alejados en las montañas para comprar maíz. Pensé en ese momento cómo podía llamarme una campesina y sentí vergüenza por no poder alimentarme. Me pregunté qué nos llevó a perder esa habilidad para sobrevivir a eventos extremos como cuando era niña …
(Susana, extraído de Martínez Cruz et al. 2020)
El Xook K´iin, un método para predecir el estado del tiempo. Es importante para mí porque aunque reaprendí a hacerlo, ahora puedo adaptarme al clima y se cuándo sembrar maíz y qué maíz sembrar (qué variedad). El maíz es importante porque es la base de nuestra alimentación. Este año, por ejemplo, sembramos diferentes maíces: unas variedades de corto plazo y otras de largo plazo. Con base en la predicción del Xook K´iin, supimos cuándo y qué sembrar. Aunque el huracán tiró nuestros maíces, ya habían floreado y llenado grano para las variedades de largo plazo y ya habíamos cosechado las de corto plazo. Entonces no nos afectó mucho. A diferencia de otros, nosotros sí tenemos suficiente maíz. Entonces el Xook K´iin nos sirve, como dice Don Francisco, para organizar nuestro calendario agrícola y organizarnos.
(Matías Hoil Tzuc, entrevista de 2022)
La alimentación como base de la sociedad y los pueblos indígenas
La historia de las sociedades más complejas ha estado ligada a su habilidad para generar alimentos y proveer de suficiente comida a sus habitantes. Por ello, no sorprende que muchas de ellas se establecieran a lo largo de grandes cuerpos de agua o de tierras fértiles, como fue el caso del río Nilo o de los mayas en la Península de Yucatán. Particularmente lo que hizo resilientes a muchos pueblos indígenas fue su habilidad de entender los ciclos de sus territorios y aprender qué es lo que podían comer o utilizar como medicina, techo, vestido, combustible, entre otros.
En 2022, vivimos en una era de conflictos en la que hay desplazamientos forzados, una crisis climática y en que aún seguimos lidiando con los efectos de la pandemia de COVID-19. En materia de alimentación, si algo aprendimos en los últimos dos años a raíz de la pandemia, es que tenemos dos problemas: la forma en que comemos no es sustentable, ya que el modelo de agricultura actual contribuye con un 30% de la emisión de gases de efecto invernadero (Fanzo y Downs, 2021) y es responsable del 80% de la deforestación mundial (FAO, 2017). Este modelo, que surgió de los tiempos de la Segunda Guerra Mundial con la conocida “revolución verde” y que implicó la intensificación agrícola mediante semillas mejoradas y uso de insumos químicos, prioriza la cantidad de alimento por unidad de insumo y nos ha llevado a explorar los límites medioambientales en nombre de la ciencia y la seguridad alimentaria (FAO, 2013).
El modelo de agricultura dominante ha promovido el uso de tres cultivos que aportan el 60% del contenido calórico de las dietas “optimizadas” y son el trigo, el maíz y el arroz. Estos, junto a otros 25 cultivos, conforman el 90% del aporte calórico de las dietas a nivel mundial (Chivenge et al., 2015). Pero ¿cuál es el riesgo de que dependamos de tan pocos cultivos? Imaginemos que se desarrolla una plaga o un evento climático extremo que afecta a los países que producen mayoritariamente estos cultivos y la producción se ve afectada y con ello, el mundo entero? Por ejemplo, entre los años 1876 y 1878, ocurrieron diferentes sequías en Asia, Brasil y África que generaron la pérdida masiva de cultivos y causaron la muerte por hambre de 50 millones de personas (Singh et al., 2022). Se predice, además, que el cambio climático causará la pérdida de cultivos como consecuencia de eventos meteorológicos extremos en los próximos años (ibid.). Por el contrario, existen sistemas alimentarios de pueblos indígenas que en una sola región pueden estar compuestos de más de 250 alimentos (FAO y Bioversity International, 2021), siendo por lo tanto más resilientes que los sistemas que dependen de pocos cultivos. De hecho, mucha de la ciencia moderna ha tomado como base conocimientos o cultivos indígenas (Terán y Rasmussen, 2009).
Desafortunadamente, hemos aprendido que el problema de la seguridad alimentaria no es un problema de producción, porque mientras 811 millones de personas en el mundo sufren de hambre, 1 900 millones de adultos padecen sobrepeso (OMS, 2021). Así, aunque hemos invertido en investigación y desarrollo, hemos llevado al planeta a límites ambientales, lo que nos lleva a reflexionar: ¿hay otras alternativas para generar alimentos y a la vez cuidar al planeta?
Es tiempo de hacer las cosas de otro modo, de aprender de otras formas de crear conocimiento y ciencia. Es tiempo de aprender de los pueblos indígenas, de sus prácticas y del conocimiento que les ha hecho resilientes a lo largo de los años. Para estos, generar alimentos no solo es una cuestión de producción, sino de conectar con la naturaleza, cuidarse mutuamente de manera colectiva, hablar de reciprocidad, entender la vida de manera diferente y poner la naturaleza al centro.
Los pueblos indígenas como expertos en adaptación
En las palabras de colectivo Futuros Indígenas (Mendoza Jiménez et al., 2022), los pueblos indígenas son alternativas vivas a la crisis climática, porque ellos han demostrado ser expertos en adaptarse a diferentes ambientes y cambios a lo largo de milenios. Pero ¿quiénes son los pueblos indígenas? De acuerdo con las Naciones Unidas, “son comunidades, pueblos y naciones indígenas los que, teniendo una continuidad histórica con las sociedades anteriores a la invasión y precoloniales que se desarrollaron en sus territorios, se consideran distintos de otros sectores de las sociedades que ahora prevalecen en esos territorios o en partes de ellos. Constituyen ahora sectores no dominantes de la sociedad y tienen la determinación de preservar, desarrollar y transmitir a futuras generaciones sus territorios ancestrales y su identidad étnica como base de su existencia continuada como pueblos, de acuerdo con sus propios patrones culturales, sus instituciones sociales y sistemas legales” (ONU, 2004:2). En el contexto de este escrito, son pueblos con historias, temporalidades, territorios, lenguas y visiones del mundo que los hacen únicos y que comparten la condición de haber sido colonizados.
El conocimiento de los pueblos indígenas y sus modos de vida los hacen custodios del 80% de la biodiversidad que existe en el mundo concentrada en menos del 25% del territorio mundial (Sovrevilla, 2008), a pesar de representar solo 6% de la población mundial lo que equivale a 476 millones de personas (OIT, 2020) distribuidas en más de 90 países y siete regiones socioculturales. Así, los pueblos indígenas habitan desde las tierras áridas de Chad o las tierras frías de los árticos hasta los territorios selváticos de la península de Yucatán. Estos conocen sus territorios en detalle y saben, por ejemplo, qué tomar de su medioambiente para combustible, porque no toda la leña arde de la misma manera, qué frutos cosechar en cada época del año, ya sea con objetivos alimenticios o medicinales sin envenenarse o qué utilizar para construir sus viviendas, realizar sus rituales, crear sus vestimentas o su arte. En el caso del pueblo maya como productor de miel y milpero (agricultoras/es de maíz en un sistema asociado con otros cultivos), este ha creado procesos complementarios donde las abejas dependen de la milpa y la milpa de las abejas. Así, la observación de los astros, las nubes, el comportamiento de las plantas, los animales y los insectos, y el entendimiento del clima y de los ciclos de sus territorios, ha sido crucial para generar estrategias y medios de vida, y a pesar de haber sido históricamente sometido a procesos de discriminación, marginación y exclusión social, el pueblo maya representa el ejemplo de adaptación más grande que tenemos en el mundo.
El papel de las lenguas para preservar el conocimiento de los pueblos indígenas
Las lenguas indígenas son esenciales para preservar el conocimiento que ha convertido a los pueblos indígenas en expertos en resiliencia. Imaginemos que la lengua es como el agua; que es vital para todos los procesos. Imaginemos que el agua que fluye en un río es el conocimiento de los pueblos, que ha conocido muchos rincones de un territorio, que se ha adaptado y que ha existido a lo largo de los siglos. Para que ese conocimiento pueda seguir fluyendo y dando vida, requiere un suelo, un canal o un camino. Imaginemos que los pueblos indígenas forjan ese canal, ese camino y para que siga dando vida, más manos deberán ayudar a forjar más caminos y canales. Pero como la vida humana es finita, debe haber un relevo generacional cuyo componente crucial son los jóvenes. Así, la lengua vive cuando sus hablantes viven y cuando ellos viven, también vive el conocimiento que ha hecho al planeta resiliente.
El conocimiento está ligado al territorio y ha pasado de una generación a otra a través de los años, creando interdependencias. Por ejemplo, en la época de la colonia en México, el maíz se exportó a diferentes partes del mundo y aunque es un cultivo que se adapta a condiciones extremas (en México existen 63 variedades de maíz nativo adaptadas a muchos ambientes, desde suelos áridos hasta suelos ricos), no proveyó la misma riqueza nutricional fuera de Latinoamérica (Baker, 2013:20), porque dicha riqueza no solo estaba en la milpa, sino en las más de 600 formas de procesar el maíz y su combinación con otros alimentos (El poder del consumidor, 2017). Así, el territorio como casa, es esencial para mantener el conocimiento y las estrategias de vida que han permitido que los pueblos existan. Por otra parte, hay experiencias sobre cómo el desplazamiento y la alteración de los territorios tienen consecuencias graves para la seguridad alimentaria de los pueblos indígenas (Kuhnlein, 2018).
Se dice que cuando una lengua muere al morir sus hablantes, también mueren con ellos los conocimientos que han hecho resiliente a este planeta y queda en riesgo la habilidad para conservar su biodiversidad. De las 6 900 lenguas que existen en el mundo, 4 000 son habladas por los pueblos indígenas. El 40% de las lenguas están en peligro de extinción y se dice que en el mundo cada 3,5 meses desaparece una lengua indígena (Rogers y Campell, 2015). De acuerdo con la UNESCO, al final del siglo habremos perdido más de 3 000 lenguas. Algunos estudios indican que hay una relación entre la diversidad biológica y lingüística, ya que por ejemplo el 70% de las lenguas que existen hoy se hablan en el 24% de la superficie del mundo y estas regiones son consideradas altamente diversas (Gorenflo et al., 2012). Tristemente, las lenguas no mueren solas; sus hablantes también mueren cuando las políticas no son diseñadas entendiendo el valor de la lengua, de sus hablantes y de sus conocimientos. Mueren con los procesos de discriminación que históricamente han enfrentado los pueblos indígenas y cuando estos son desplazados por megaproyectos. Por ejemplo, aunque los pueblos indígenas del mundo reclaman derechos sobre el 50% de la superficie planetaria, ellos únicamente tienen derechos formales sobre el 10% (Torbjørn, 2021). Además, el 25% de los territorios indígenas está en constante presión de industrialización para la extracción de energía renovable, gas, petróleo, actividades mineras y actividades agrícolas, entre otras (Kennedy et al., 2022). Cada año, más de 200 activistas medioambientales son asesinadas/os en el mundo en nombre del desarrollo y 60% de ellas/os pertenecen a pueblos indígenas (Global Witness, 2020). En la península de Yucatán, algunos de estos proyectos están vinculados con el Tren Maya o con el uso de soya transgénica que atenta contra las poblaciones de abejas por el excesivo uso de pesticidas.
La milpa maya y la biodiversidad
Como indica Matías Hoil Tzuc, el maíz y la milpa son elementos esenciales para la vida de las comunidades mayas en Yucatán que se vinculan con la soberanía alimentaria. Para muchos, la milpa parece ser un sistema agrícola simple, pero en realidad es un sistema complejo cuyo corazón es el maíz. No hay una definición estándar, pero se entiende de manera general que además de maíz, la milpa contiene frijoles y calabazas, dando lugar a “las tres hermanas”. El maíz ofrece soporte al frijol que necesita una planta donde trepar. El frijol, por su parte, fija nitrógeno y la calabaza con sus hojas reduce la erosión hídrica y eólica. Por otro lado, en el caso de Yucatán, la milpa está asociada con las abejas y la producción de miel. Las/os mayas establecen sus apiarios cerca de la milpa para asegurar que las abejas tengan flores a su alcance aún en época de estiaje y puedan continuar su ciclo de vida si los árboles no florecen a tiempo. Adicionalmente, la miel proveerá un ingreso para poder invertir más en la milpa, jugando un papel importante en la seguridad alimentaria. De acuerdo con un estudio de la FAO, Bioversity International y el CIAT (2021), las milpas mayas de Guatemala pueden contener hasta más de 143 plantas, de las cuales 101 son utilizadas como alimentos. En el caso de Yucatán, los sistemas alimentarios mayas llegan a manejar entre 100 y 250 especies diferentes dentro de sus territorios y milpas (Toledo, 2008) y en algunos casos se han reportado hasta 329 plantas medicinales que los mayas identifican por su olor y sabor (Ankli et al., 1999).
Reaprendiendo las prácticas de sus padres y abuelas/os, Matías Hoil Tzuc ha mejorado su sistema de maíz y nos cuenta que ahora tiene maíz a pesar del huracán que les impactó recientemente. También nos cuenta cómo el conocimiento o el reaprendizaje de su entorno le ha permitido conocer y practicar el Xook K´iin, un método de predicción del estado del tiempo para planear ciclos agrícolas. Esto le permite saber cuándo, qué y dónde sembrar. Así, el entendimiento del territorio es crucial para poder mantener las milpas, la diversidad en ellas y garantizar la soberanía alimentaria de familias mayas como la de Matías Hoil Tzuc.
Los mayas y el entendimiento de su territorio para crear estrategias de resiliencia
El hogar de Matías Hoil Tzuc es la Península de Yucatán, una región impactada con frecuencia por huracanes que normalmente comienzan en el Océano Atlántico y recorren el Mar Caribe hasta atravesar la Península (Camacho Villa et al., 2021). La Península de Yucatán forma parte de uno de los bosques más importantes y grandes de México, el cual se extiende por Yucatán, Campeche, Quintana Roo, hasta Belice y Guatemala con una cobertura de 13 millones de hectáreas. Este bosque alberga muchas especies en peligro de extinción y ha sido hogar de los mayas por varios milenios (Varns, 2018), siendo por ello de importancia clave para todo el mundo. Se dice que desde los inicios de su civilización, los mayas tenían un amplio conocimiento de su entorno, que utilizaban para minimizar los efectos de los eventos climáticos extremos, pero también en sus milpas, dada la importancia del cultivo en sus vidas (Guzmán Noh et al., 2016).
Por ejemplo, eran expertos en ingeniería hidráulica y diseñaban cenotes o sistemas de captación de lluvia como los chultunes o cisternas con una capacidad mayor a 25 mil litros, pozos superficiales utilizados en épocas de estiaje o la crenación de pozos superficiales para satisfacer la demanda de la población. Otro aspecto importante es el diseño ovalado de sus casas, que permite que los vientos huracanados tengan un menor impacto en la vivienda. Un ejemplo del impacto se vivió con el huracán Isidoro en 2002, donde las casas en forma cuadrangular sufrieron mayores destrozos. Otro ejemplo es que los pueblos mayas ubicaban geográficamente sus asentamientos tierra adentro de la Península y muy pocos en la costa para evitar las consecuencias de los huracanes. Sin embargo, varias de sus parcelas estaban ubicadas alrededor de sus pueblos, por lo que resultaban afectadas por las variaciones climáticas (Mariaca Méndez, 2015). Matías Hoil Tzuc, cuenta por ejemplo que hoy en día muchos solares se establecen en las partes altas de las montañas para disminuir los efectos de las inclemencias climáticas.
En el último siglo, la Península de Yucatán se ha caracterizado por la presencia de eventos climáticos extremos. Un reporte del gobierno de 2014 indica que, en el siglo pasado, al menos 86 diferentes eventos golpearon la Península de Yucatán (Gobierno del Estado de Yucatán, 2014). Las sequías se han hecho más intensas y prolongadas causando efectos devastadores para las/os campesinas/os (Metcalfe et al., 2020), así como para la agricultura de subsistencia y milpa de los mayas de la región. Como bien hemos señalado en la sección anterior, la vulnerabilidad del pueblo maya está ligada al cambio climático, pero también a procesos de despojo y degradación ambiental de sus territorios (Schneider y Haller, 2017).
Durante muchos años se ha teorizado sobre cómo una cultura tan antigua como la maya con 3 000 años de existencia, ha podido sobrevivir en un ambiente tan hostil. Una de las teorías indica que lo lograron gracias a conocimientos específicos y al manejo complejo e integral que han hecho de su entorno y de su cosmovisión (Barrera Bassols y Toledo 2005). De acuerdo con Toledo et al. (2008), el manejo complejo de sus sistemas dio lugar a hasta seis tipos diferentes de unidades de manejo, desde las parcelas de hortalizas, la milpa alrededor de los hogares –que hoy en día se sigue practicando y que se denomina “solar maya”–, hasta sistemas más complejos de árboles que generaban la selva madura y que se combinaban con procesos de roza y tumba, permitiendo así ciclos de restauración dentro del ecosistema.
El pueblo maya y el Xook K´iin para entender la temporalidad de los eventos climáticos
La observación y el conocimiento profundo del territorio han sido cruciales para poder adaptar la milpa como elemento esencial de la soberanía alimentaria y los modos de vida maya a un contexto tan cambiante. Una de las expresiones del conocimiento indígena y del entendimiento de su territorio que ha permitido la sobrevivencia del pueblo maya a lo largo del tiempo es el Xook K´iin, también conocido como cabañuelas en algunas regiones de España y el Sur de Francia por la similitud de las metodologías (Fuentes Blanc, José y Fuentes Blanc, Ángel, 2013).
De acuerdo con Bernabé Caamal Itzá (2022), agrónomo y experto en el tema del Xook K´iin, este es un método de predicción del estado del tiempo comparable a la observación del entorno que hace la ciencia occidental, ya que en ambos la observación y la documentación oral o escrita es esencial para describir y entender procesos. Los pueblos indígenas y en particular el maya con el Xook K´iin, planifican eventos importantes no solo para la agricultura sino para la vida misma con base en su entendimiento del entorno.
Aunque hay variantes en cuanto al uso del Xook K´iin entre familias y comunidades, generalmente se entiende que es un método basado en la observación de los primeros 12 días del año, en el cual se observa y registra el comportamiento de cada día (de 6 a 18 horas) y en donde cada día corresponde a un mes del año. Así, las primeras horas del día indican el pronóstico para los primeros días del mes en cuestión, el medio día será una referencia para la mitad del mes y el final del día referirá a las condiciones del final de mes. El Xook K´iin es utilizado para determinar qué tierras cultivar y cuándo, qué variedades de maíz sembrar o cuándo deberían hacerse los rituales. La mayor parte de estas actividades se basaban en la predicción de lluvia. Sin embargo, el Xook K´iin también puede combinarse con otros métodos de observación como los bioindicadores, que hacen que la predicción sea mucho más adecuada. El Xook K´iin es una predicción a inicios del año, mientras que los bioindicadores ofrecen una doble verificación conforme pasa el tiempo que permite adecuar el calendario agrícola y su práctica.
Por ejemplo, Bernabé Caamal Itzá ha llevado registros del Xook K´iin por más de 12 años para establecer los ciclos de cultivos y los ha comparado en tiempo real no solo con bioindicadores, sino con información meteorológica, indicando que este método es acertado hasta en un 70%. Bernabé Caamal Itzá ha adaptado su método de observación con el conocimiento local y, apoyándose en cuatro series de observaciones, realiza predicciones del estado del tiempo y genera calendarios agrícolas con una base estadística, comparándolos y adaptándolos conforme pasa el tiempo con ayuda de los bioindicadores. Hay varios testimonios de las/os mismas/os mayas que cuestionan la precisión del Xook K´iin dada la variabilidad del tiempo o el hecho de que los efectos del cambio climático son más perceptibles. Sin embargo, para varios como Bernardo Caamal Itzá o Matías Hoil Tzuc, la utilización de bioindicadores permite reajustar los calendarios en tiempo real, porque la misma naturaleza va dictando la temporalidad. Bernardo nos indica que la predicción de un calendario agrícola es importante porque permite definir qué sembrar y dónde. En el caso de las milpas que dependen del temporal5, permite, por ejemplo, elegir semillas de ciclo corto, mediano o largo o con alguna otra característica en particular de acuerdo con las predicciones del tiempo y esto se irá verificando con las observaciones del entorno o los bioindicadores. Esto es similar a lo indicado por Matías Hoil Tzuc, quien nos cuenta que el año pasado, varias/os de sus vecinas/os perdieron sus cosechas por no poder elegir la mejor fecha de siembra y por los efectos devastadores de los huracanes. En su caso, él cultivó varias parcelas con diferentes variedades y eligió las fechas de siembra basándose en el Xook K´iin y en las observaciones de su entorno o de los bioindicadores, y aunque el huracán sí tiró sus milpas, no tuvo pérdidas significativas, ya que ya habían llenado grano y ahora él sí tiene maíz y suficientes productos de la milpa para su familia.
Los mayas Bernabé Caamal Itzá y Matías Hoil Tzuc están revitalizando los conocimientos del pueblo maya y específicamente el Xook K´iin. Caamal Tzec lo hace a través de un colectivo donde combina el Xook K´iin con otras observaciones conocidas como “bioindicadores”. Por ejemplo, cuando las hormigas comienzan a mudar sus huevecillos a otros espacios, significa que las lluvias no tardarán varios días en llegar (Caamal Tzec, 2022 y Camacho Villa et al., 2021). Cuando las hormigas comienzan a colectar alimentos, es predicción de una sequía larga. También cuando se observa un halo de color rojo alrededor del sol, se predicen sequías y cuando es de color blanco, se predicen lluvias a corto plazo. Según la cultura maya, si al observar el cielo este se ve aborregado, predice lluvias intensas por frente frío durante tres o cuatro días y se sabe que deberán realizarse actividades de trasplante o manejo de semillas. Otros factores incluyen observar la floración o el crecimiento de los frutos en ciertas plantas. Por ejemplo, los frutos abundantes de la ceiba indican que habrá una cosecha próspera.
Tanto para Susana como para Bernabé Caamal Itzá y Matías Hoil Tzuc, recuperar los conocimientos indígenas es una forma de incrementar la sustentabilidad y la sobrevivencia de su cultura. Muchos de estos conocimientos se han perdido con el tiempo, pero también están siendo recuperados porque los pueblos indígenas han notado que sin ellos su habilidad para sobrevivir es reducida.
La cosmovisión y la reciprocidad como valores de la cosmovisión indígena
El sentido de identidad y pertenencia es clave para muchos pueblos indígenas del mundo y para el pueblo maya no es la excepción. Interpretaciones del Popol Vuh, unas escrituras mayas sagradas, indican que los humanos fueron hechos de maíz y explican la relevancia del maíz como cultivo porque es la base de su alimentación (Tedlock, 2013).
Siendo las fluctuaciones climáticas un elemento presente a lo largo de la historia del pueblo maya desde épocas muy remotas, los sacerdotes tradicionales han jugado un papel crucial en rituales que pedían lluvias para una cosecha próspera y por lo tanto, en la vida misma (Love, 2011). Existen crónicas sobre celebraciones colectivas en las que los sacerdotes hacían predicciones del estado del tiempo para los ciclos agrícolas venideros (de Landa, 1959). Estas celebraciones siguen manteniéndose a pesar de la colonización, debido a que la lluvia es esencial para la milpa y la milpa para vida, solo que ahora son guiadas por personas mayores.
Durante ceremonias como el Ch’a Cháak, las/os mayas le piden a los dioses y diosas responsables de la lluvia que manden agua para una milpa próspera. En el presente, esta ceremonia es liderada por Dios y la Virgen como una adaptación de la religión católica donde se han reemplazado al sol (Itzamná) y la luna (Ixchel), que están relacionadas con la creación del mundo de acuerdo con la cosmovisión maya. También se invita a otros dioses menores como los Metansayao’ob, que son guardianes de los cenotes, y que decidirán si los dioses pueden tomar agua de los cenotes para generar lluvias. También los Metanlu’umo’ob son invitados como dioses que poseen animales dañinos para la milpa y que podrían evitar pérdidas en el cultivo. Asisten también los dueños de los bosques, los Yum kaxo’ob, que velarán para que no haya accidentes durante el ciclo de cultivo, al igual que los Aluxo’ob, que son seres sobrenaturales que cuidan la milpa. Finalmente se invita a la ceremonia a los dioses del viento o Iko’ob, que son responsables de que la gente enferme o no, como también los santos Uiniko’ob, protectores de los humanos y los Balamo’ob, protectores de los pueblos.
El Ch’a Cháak dura tres días por lo menos y se realiza de acuerdo con el calendario solar durante los últimos días del Ha’ab, entre el 16 y el 20 de julio, en cuevas cercanas al sitio arqueológico de Tulum. El Dios Cháak lleva el registro de cuándo, dónde y cómo se hacen las ofrendas y ceremonias para pedir cosechas abundantes. Los rituales a la naturaleza y los elementos relacionados con esta caracterizan a muchos sistemas alimentarios de los pueblos indígenas y se atribuye a este enfoque de respeto el haber permitido que ellos sean custodios de la gran diversidad que aún queda en el planeta.
Otro aspecto importante de los pueblos indígenas es su organización social y los valores de reciprocidad. Celebraciones como el Cháck Cháak son realizadas de manera colectiva, ya que el intercambio y el reconocimiento como comunidad es importante. Las experiencias relacionadas con la pandemia de COVID-19 nos han enseñado que, durante este período, muchas personas indígenas que habitaban fuera de sus territorios volvieron a ellos por el sentimiento de seguridad que les procuraba volver a casa, donde sus vecinas/os y familia se cuidarían mutuamente. Muchas expresaron que en las ciudades podían morir solas, mientras que en la comunidad la responsabilidad de sobrevivencia era colectiva. Esto se refleja por ejemplo tanto en las cuarentenas colectivas, donde varios pueblos indígenas cerraron sus fronteras para evitar la entrada de la enfermedad, como en la forma en que estos se organizaron para cuidar de sus ancianas/os o de las personas más vulnerables en una época de incertidumbre.
Así, cultivar la milpa y hacer el Xook K´iin son actos de resistencia y sobrevivencia, como lo son las prácticas asociadas al conocimiento de los territorios, temporalidades y formas de organización colectiva y la cosmovisión que el pueblo maya tiene sobre ellas.
Conclusión
Hemos ilustrado cuánto tienen para ofrecer al mundo los pueblos indígenas y cuán esenciales son el conocimiento sobre el entorno que han desarrollado por siglos su entendimiento sobre las temporalidades y los ciclos, su cosmovisión y sus formas de entender el mundo para la resiliencia de este planeta . A pesar de los siglos de marginación y discriminación, como señala el colectivo Futuros Indígenas, los pueblos indígenas son alternativas vivas a la crisis climática.
Aunque ha habido avances en cuanto a valorar el rol del conocimiento indígena, es necesario resaltar que aún hay mucho por hacer. Uno de los cuellos de botella entre la validez o no del conocimiento indígena está relacionado con su oralidad, ya que en la ciencia convencional, la forma en que realizamos registros y creamos evidencia minimiza otras formas de hacer conocimiento como la indígena (Milbank et al., 2021). Por otro lado, normalmente cuando hablamos de co-crear conocimiento reconociendo que ambos conocimientos se complementan, normalmente hay una tendencia a que el conocimiento occidental valide al conocimiento indígena, volviendo a discriminarse uno como inferior al otro. En necesario entablar diálogos desde una perspectiva justa si queremos avanzar hacia la construcción de un mundo sustentable y justo.
En el caso de mayas de la Península de Yucatán como Matías Hoil Tzuc o Bernabé Caamal Itzá, vemos que las prácticas de adaptación al cambio climático se van revitalizando, que el conocimiento de sus pueblos permite avanzar hacia sistemas alimentarios sustentables, utilizando métodos como el Xook K´iin, el conocimiento del entorno, de las temporalidades y el uso de semillas de maíz nativas, entre otros. También dan pauta sobre el camino largo que hay que recorrer para llegar a una milpa y los procesos de adaptación que pueblos como el maya han experimentado para vencer a la adversidad del entorno. Para Matías Hoil Tzuc no solo se trata de valorar el conocimiento indígena, sino de visibilizarlo, hablarlo, difundirlo y revitalizarlo en todos los espacios para que permanezca en el tiempo, con las/os hablantes de la lengua o practicantes de estos conocimientos. Si bien es cierto que mucho de este conocimiento se está perdiendo, es importante revitalizarlo y practicarlo, volver a conectarse con los sentidos. La experiencia de Matías y Bernardo nos muestra que la combinación de diferentes prácticas y observaciones permite crear estrategias de resiliencia en una región expuesta a eventos climáticos extremos como la Península de Yucatán.
En conclusión, si queremos mantener un planeta sustentable, si queremos sobrevivir más de tres milenios como lo ha hecho el pueblo maya, es hora de conectar los sentidos con la naturaleza, aprender de lo que las/os abuelas/os nos han enseñado y comenzar a hacer las cosas de manera diferente. ¿Y tú, estás lista/o para conectar con tu entorno y aprender de los pueblos indígenas?
Sobre las/os autoras/es
Carolina Camacho Villa tiene un perfil interdisciplinario que comprende la agronomía, los recursos genéticos y la sociología rural. Se especializa en temas como los sistemas agrícolas tradicionales, la agrobiodiversidad y el cambio tecnológico en la agricultura. En los últimos años de su carrera ha trabajado en aspectos sociales de proyectos de desarrollo internacional enfocados a la agricultura que promueven el cambio tecnológico en América Latina. En algunos de estos proyectos ha estudiado los factores que facilitan las transiciones tecnológicas y en otros casos, ha coordinado esfuerzos para integrar una perspectiva de inclusión social. En la Universidad de Lincoln, Carolina Camacho Villa centra su trabajo en los aspectos sociales de las tecnologías agroalimentarias y particularmente en la contribución de la agrorobótica para resolver retos alimentarios y de sustentabilidad.
Tania Eulalia Martínez Cruz es una investigadora indígena ëyuujk con un perfil interdisciplinario en temas de ingeniería agrícola, manejo del agua y riego, y ciencias sociales. Trabaja hace más de diez años con diferentes ONG en el ámbito del desarrollo internacional, abarcando una gran diversidad de temas, desde la ingeniería sanitaria hasta la inclusión social. Combina su trabajo de investigadora y sus experiencias personales para hacer activismo en la relevancia de los pueblos indígenas del mundo con el fin de resolver retos globales como el cambio climático, la soberanía alimentaria y la seguridad del agua. Es investigadora asociada de la Universidad Libre de Bruselas, además de miembro del Consejo de Asesores de la Indigenous Partnership on Agrobiodiversity and Food Sovereingty y del colectivo Futuros Indígenas.
Alejandro Ramírez López nació en el Estado de Oaxaca y es de origen mixteco. Es un investigador independiente con más de 20 años de experiencia tanto en los ámbitos del desarrollo internacional y los proyectos agrícolas en América Latina como en la carrera docente. Estudió agronomía en el Instituto Tecnológico Agropecuario de Oaxaca y posee una maestría en Desarrollo Rural del Colegio de Postgraduados (Colpos). Se inició como extensionista en el Programa Elemental de Asistencia Técnica, habiendo trabajado también como docente y directivo en el Instituto Tecnológico de San Miguel el Grande, en Oaxaca. Ha sido consultor, colaborador y asistente de investigación en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo, participando en una diversidad de investigaciones sociales en varias regiones de México y América Latina. Fue consultor de la Universidad Iberoamericana y actualmente lo es de la Universidad de Michigan, en Estados Unidos.
Matías Hoil Tzuc es un investigador independiente originario del pueblo maya Chechmil, en Chemax, Yucatán. Es hablante nativo de la lengua maya yucateca, lengua en la que escribe y traduce. Es, además, gestor de proyectos culturales, promotor de la milpa maya y de su propia cultura (lengua, medicina tradicional, derechos y género, entre otros). Como tallerista, trabaja con jóvenes en temas de desarrollo humano, habiendo sido también docente universitario y del medio superior. Matías Hoil Tzuc ha sido voluntario como coach de jóvenes universitarios, y recientemente ha colaborado con instituciones de investigación como el Centro de Investigación de Mejoramiento de Maíz y Trigo y la Universidad Iberoamericana. Cuenta con una maestría del Centro Agronómico Tropical y de Enseñanza CATIE de Turrialba, en Costa Rica. Es agricultor del sistema de la milpa maya y recientemente ha comenzado a incursionar tanto en la apicultura como en proyectos de agroecología y sistemas productivos orgánicos.
Referencias bibliográficas
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